King’s Field IV es un juego anacrónico. Es la vuelta de From Software a su saga prima con cinco años, quince juegos y una nueva generación de consolas de diferencia. En el año de Onimusha, Metal Gear Solid 2, Devil My Cry, Halo... King’s Field mantiene una artesanía cultivada y enfocada muy distinta a la innovaciones del momento. Una muestra de confianza en el tipo juego que querían hacer, por encima convenciones y a contracorriente de tendencias. Es triste pero razonable que pasara sin pena ni gloria. ¿La gente se quejaba de que los King’s Field anteriores eran lentos? Aquí tienes el más lento de la saga. ¿La narración cinematográfica se está estableciendo como el estándar en el 3D? Aquí tienes una historia que se cuenta a través de su mundo y tus acciones, sin un solo corte entre medias. Es la filosofía de diseño heredada del primer King’s Field y el tener las ideas claras lo que le da un espíritu aventura tan puro a este juego.
King’s Field IV es un juego lento. Muy lento. En dar media vuelta tardas cuatro segundos contados. De ese nivel de lentitud estamos hablando. Esta lentitud de movimiento no es porque sí. El control del avatar es nuestra conexión directa con el mundo digital. Varía esto y cambiarás la percepción del mundo.
Desde que cogemos el mando, esta parsimonia nos va introduciendo en su ritmo de exploración. El lento movimiento de cámara nos incita a escudriñar minuciosamente nuestro entorno. Estar constantemente pegados a tierra nos hace prestar más atención a la arquitectura que nos rodea. La incapacidad de girarnos rápido nos fuerza a guiarnos por el oído. Todo confluye de forma natural hacia la inmersión. Incluso la primera persona busca desdibujar cualquier separación entre avatar y jugador. Y esto es importante porque tendremos que sentir que estamos ahí, en los pies de nuestro explorador, para resolver el desafío que nos presenta su mundo.
A la tradición de From Software, el mundo de King’s Field IV respira decadencia y abandono. Recorremos las entrañas de una ciudad subterránea desierta, los restos de una leyenda que se muere poco a poco y una oscuridad que lo está corrompiendo todo desde lo más profundo. Los personajes que conocemos por el camino han sido derrotados y miran hacia el suelo con tristeza. Cuando hablamos con ellos giran la cabeza para mirarnos con desgana. Nuestra tarea es devolver una estatuilla maldita al corazón de la ciudad subterránea a la que pertenece, tarea en la que ya probó suerte una expedición antes que nosotros y de la que no se volvió a saber. Nos adentramos en la oscuridad de la mazmorra porque nos toca, porque nos ha llegado de rebote este “Ídolo de la tristeza” que, según se cuenta, solo causa desgracias a su portador.
Esta decadencia marca el tono de nuestra aventura y suma a la idea de realizar arqueología en un mundo perdido, el auténtico protagonista del juego.
Donde más brilla King’s Field IV es como espacio a resolver. Las salas y pasillos se retuercen y contorsionan para dar presencia física e imponente a la ciudad. Todo sigue una lógica espacial coherente que te obliga a pensar como si estuvieras ahí para descifrar estos lugares desde dentro. Si en algún momento te pierdes en sus laberintos, buscarás un elemento reconocible para orientarte y adivinar la dirección a tomar. Te asomas a sitios a los que quieres ir pero no sabes cómo. A veces encuentras pistas visuales, otras dependes de tu razonamiento. Todo está lleno de secretos, recovecos, puertas ocultas, placas de presión que activan trampas y objetos que encajan en ranuras de su misma forma. La exploración se recompensa con más lugares a explorar y conexiones a zonas ya conocidas. Los lugares guardan coherencia por si mismos, más allá del jugador. Una mina abandonada es rehabitada por gusanos tuneladores, una refinería tiene surcos en el suelo que podemos seguir para llegar a su horno central, una cripta guarda una ordenación lógica en sus tumbas y toda la ciudad conecta con la torre central a distintos niveles de altura. Todo tiene la justa coherencia y a la vez se aleja lo suficiente de lo común para mantener un aura alienígena, de lugar más allá de la mano del hombre. Siempre misterioso, jugando con las luces, las sombras, el sonido, lo que ves y lo que te cuentan para hacer volar la imaginación. King’s Field IV es asomarse a un agujero, intuir una luz al fondo, unos ojos rojos que te miran desde la oscuridad y decidir dar el paso a lo desconocido.